Imagina que estás caminando por un sendero en un bosque y empiezas a sentirte nervioso, hasta que te das cuenta de que hay un aroma particular, sutil, pero fuerte, como de un animal. Tu cuerpo lo percibió antes que tu mente y desencadenó todos los mecanismos necesarios para que logres estar listo y así dar respuesta a lo que pueda suceder: detenerte, huir o enfrentar a lo que sea que tenga ese olor. De esta forma, crea una emoción adecuada al momento. ¿Cómo lo hace?, ¿cómo sabe qué respuesta generar?

Las emociones son físicas, no son pensamientos; no están en el terreno de tu mente, sino en el de tu cuerpo. ¿Ambos terrenos están conectados? Absolutamente, en un cuadro de doble entrada. Si piensas algo en tu mente, puedes influir en tu emocionalidad; a su vez, si tu cuerpo percibe un estímulo particular, puede incentivar determinados diálogos internos, pensamientos y suposiciones solo desde una emoción.

Nuestro cuerpo se basa en información instintiva. Esto es así debido a millones de datos que son producto de nuestra evolución como especie, los cuales se mezclan con la información de tu sistema familiar, además de la que has aprendido a lo largo de tu vida. Todos estos datos que ese almacenan a nivel subconsciente nutren a tu cuerpo para dar respuestas inconscientes y autónomas cuando lo cree necesario para tu supervivencia.

Puedes estar en tu casa, sentado en tu silla preferida, mirando por la ventana en una día de lluvia. Cuando, de repente, recuerdas que todavía no pagaste el alquiler de tu departamento, porque este mes no te alcanzó el dinero; claro, tu empleador también se demoró en pagarte el sueldo, y por eso estás atrasado. En ese momento, puedes pensar qué pasaría si tu jefe se sigue demorando; posiblemente, no te pagó porque a la empresa no le está yendo muy bien, pero piensas: “¿Y si la empresa cierra?, ¿y si me quedo sin trabajo?, ¿cómo voy a pagar el alquiler? La inmobiliaria no va a esperar a que consiga otro trabajo, tal vez tenga que irme. ¿Y a dónde iría? A casa de mis padres no, no soportaría vivir con sus códigos nuevamente. ¿Me iría a la casa de un amigo? ¿Cuándo conseguiría trabajo? Y si no logro conseguir trabajo, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo voy a pagar la cuota del préstamo que solicité para las vacaciones?”. A esta altura, es muy probable que tu ritmo respiratorio haya cambiado, tus pupilas se hayan dilatado y tus cuerpo se haya tensionado.

Son todas respuestas coherentes a una situación de estrés que requiere de todas las habilidades necesarias para sobrevivir. Si pudieras tener un diálogo con tu cuerpo, este posiblemente te preguntaría: “¿A quién hay que derrotar?”. “A nadie”, le contestarías. “¡Rápido, tenemos que huir!”. “No no, estoy en mi departamento y está lloviendo…” “¿Dónde está el peligro entonces?”, consultaría tu cuerpo, confundido. “¿Qué peligro?” 

El peligro está en tu mente. Los seres humanos somos los únicos que podemos experimentar un conflicto de primer o segundo grado. Si estás frente a un perro rabioso o enojado a punto de morderte o un ladrón está tironeando de tu cartera, eso es un conflicto de primer grado; la situación es real. Si estás en tu departamento en un día de lluvia mirando por la ventana y empiezas a subir por una escalera de suposiciones que te conducen a la desesperación, eso es un conflicto de segundo grado, ya que la situación no es real.

En ambos casos, tu cuerpo responderá de forma automática y coherente con tu contexto y activará todos los mecanismos pertinentes para que puedas sobrevivir. 

La próxima vez que te des cuenta de que estás emocionado de alguna manera, presta atención al pensamiento que tuviste segundos antes. Al tomar consciencia de esa idea, puedes preguntarte: ¿es esto verdadero?